lunes, 29 de mayo de 2023

CUENTOS ANDINOS

 ÍNDICE 

EL RELATO ORAL ANDINO 

1. LOS GORRIONES                                       

2. EL PUMA Y EL ZORRO                            13 

3. EL ZORRO Y EL SAPO                             13 

4. LA QARACHUPA Y EL UTUSHCURO    14

5. LA MARIPOSA NOCTURNA                   16 

6. LA WACHWA Y LA ZORRA                     17 

7. EL ASESINO Y EL PASTOR 

8. EL HERMANO CODICIOSO 

9. EL ZORRO, EL CÓNDOR Y EL CERNÍCALO 

10. LA WACHWA Y EL ZORRO 

11. LA CUCULÍ AGRADECIDA 

12. LA LORA Y LA ZORRA 

13. EL CÓNDOR Y EL ZORRO 

14. EL PUMA Y LA ZORRA 

15. EL CONDENADO 

16. UKUMARI 

17. EL HERMANO RICO Y EL HERMANO POBRE 

18. LA AMANTE DE LA CULEBRA 

19. EL NEGOCIANTE DE HARINAS 

20. EL TORITO DE LA PIEL BRILLANTE 

21. EL JOVEN QUE SUBIÓ AL CIELO 

22. EL LAGARTO 

23. EL SUEÑO DEL PONGO 

24. ISSICHA PUYTU 

25. TUTUPAKA LLAKTA o EL MANCEBO QUE VENCIÓ AL DIABLO 

NOTAS EXPLICATIVAS 

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA 

PAG. 7 Perú, Cuento Popular 

El RELATO ORAL ANDINO DEL PERÚ 

1. 

Aventurarse a presentar una muestra del relato andino del Perú comporta varios riesgos: en primer lugar, privilegiar áreas geográficas más estudiadas y documentadas, no necesariamente más productivas que otras, en segundo término, validar mediante la prestigiada letra impresa versiones dudosas, teñidas de cierto espíritu romántico; por último, difundir una suerte de visión de los vencidos con criterio reivindicativo, pero desvinculada de un análisis filológico (puesto que se trata, evidentemente, de textos). 

Sin embarco, la oportunidad que implica la publicación de una antología del relato popular andino puede servir para subrayar algunas consideraciones recientes en torno a la problemática del estudio de la tradición oral en el Perú. 

De hecho, este breve espacio sólo permite una rápida aproximación a dicha problemática. No se debe obviar que fueron los primeros cronistas que arribaron al territorio andino en el siglo XVI quienes iniciaron con criterio discriminador, por cierto— el registro de la memoria de la sociedad dominada por los Incas. Se sabe que los primeros observadores aprendieron con presteza la lengua de los vencidos, el quechua, y que, andando el tiempo, el virrey Toledo dispuso en 1.577 que la Universidad de San Marcos contase con una “cátedra de lengua general de los indios”. Así fue posible, desde los inicios de la colonización, la intermediación cultural y, por lo tanto, la criba de textos presuntamente peligrosos o sustentadores de una otra identidad. Casi todos los cronistas registraron canciones, mitos, relatos y leyendas a los que aplicaron una lectura fatalmente etnocentrista. 

Por otro lado, casi simultáneamente, el Inca Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala recogieron —mediante la nostalgia de una Arcadia perdida, el uno, y golpeado, el otro por el horror— textos que mostraban la riqueza poética, el deslumbrado regocijo y la potencia creadora de un mundo ahora aplastado por la desestructuración social y económica. 

Además, fueron estudiosos españoles quienes vertieron en el código escrito las primeras gramáticas y lexicones (Fray Domingo de Santo Tomás ya publicada, en 1.560, en Valladolid, dos obras de esta naturaleza). De allí en adelante, las lenguas vernáculas del Perú se convirtieron en focos de atención permanente. No obstante, la puesta en valor de la tradición oral sustentada en el quechua se encontraba muy lejos de establecerse. Singularmente (valga como anécdota), el primer libro impreso en el país y en América del Sur fue una Doctrina cristiana para instrucción de los indios traducida en las dos lenguas generales destos reynos quichua y aymara, gracias a la prensa que trajo desde México el italiano Antonio Ricardo. 

2. 

En 1.966, el Museo Nacional de Historia y el Instituto de Estudios Peruanos aportaron lo que, para muchos estudiosos, constituye un documento valiosísimo: la edición de una narración quechua recopilada por un clérigo doctrinero nacido en el Cusco en 1.573, Francisco de Avila, con el título de Dioses y hombres de Huarochirí. La traducción al castellano fue asumida por José María Arguedas, infatigable expositor de la cultura andina, lo que nos permitió asomarnos al universo de un pequeño valle interandino. Es probable que la visión católica del autor del relato haya contaminado el texto original. Pero lo importante es que se trata de un registro vivaz, en la lengua de los informantes, de los mitos de Huarochirí, que justificaría la “extirpación de idolatrías” en  Perú, Cuento Popular la región. A partir de entonces, la atención hacia la tradición oral se reforzó palmariamente, dejando tras de sí, como ensayos aproximativos y asistemáticos, los trabajos de Adolfo Vienrich y de los folkloristas de los cuarenta primeros años del siglo. Sin embargo, la tarea de éstos no ha sido, en modo alguno, menor. Antes bien, se impuso como una suerte de consigna indigenista, permeada en ocasiones de cierto heroísmo. Jorge A. Lira, Efraín Morote Best, Arturo Jiménez Borja y el propio Arguedas indagaron, entre otros, en las abruptas serranías, con utensilios elementales solicitando informantes, documentando dificultosamente algunos textos. Inclusive un eminente historiador como Jorge Basadre publicó en París, en 1.938, un volumen titulado Literatura inca que recogía canciones, narraciones y obras teatrales que indudablemente motivaron a nuevas generaciones de estudiosos a atender esa urdimbre cultural. Hoy en día, historiadores, antropólogos, sociólogos, lingüistas y filólogos registran, con un instrumental más sofisticado, textos de la tradición oral andina. No obstante, aún está por realizarse un estudio sistemático de dicha tradición, si bien ya existen indicios aproximativos en los trabajos de Enrique Bailón Aguirre, Hermis Campodónico, Hugo Neira, Ricardo Valderrama y Carmen Escalante, Rosaliml Gow y Bernabé Condori. En algunos de estos trabajos se entrecruzan la visión científica y el testimonio in situ, la codificación y el desmontaje analítico que ya anuncian —a la par que los estudios de textos en otras lenguas difundidas en el territorio peruano— la formulación de una filología andina. 

3. 

Por lo general, existe una mayor documentación de canciones y poemas que de relatos. Es probable que la razón estribe en que la recopilación de relatos exija una dedicación más acuciosa (y más detenida) por parte del investigador. Dado que los textos poéticos se insertan, en su gran mayoría, en rituales mágico-religiosos y acompañados por la música, el registro ocasional se facilita gracias a la grabadora magnetofónica, decodificado posteriormente en el laboratorio. Pero, todo indica que en la actualidad existe una ferviente avidez por el trabajo Cuento Popular A ndino. Bolivia, Ecuador, Panamá, Perú de campo en busca de relatos, mitos y leyendas, habiéndose extendido el interés hacia otras áreas, como lo demuestra, por ejemplo, la joven investigadora Cecilia Blondet, quien desarrolla un proyecto en la zona del Alto Piura en donde su equipo está registrando la historia (oral) de los pobladores. Además, en la década reciente ha arreciado la atención hacia la tradición oral debido a la pujante actividad de instituciones como el Centro de Estudios Rurales Andinos “Bartolomé de las Casas”, en el área del Cusco, que ya ha divulgado textos fundamentales, a la par de la tarea sostenida del Instituto de Estudios Peruanos, a los que se suma, a partir de este año, el Instituto Andino de Artes Populares. 

4. 

En definitiva (y en pocas palabras), se trata de testimoniar los elementos de una identidad cultural. El proceso es lento, incipiente, y aún está desbrozando sus primeras fases en una perspectiva de rigor científico. Documentar textos en las condiciones actuales implica la utilización de recursos restringidos, incluidos los que algunas universidades destinan a la investigación. Así, pues, la problemática reside en que no habrá posibilidad de definir con solidez los rasgos de la cultura andina si no se cuenta con una pormenorizada codificación de los textos que, a pesar del sistema de dominación existente, se transmiten en el ámbito oral. No obstante la indetenible desestructuración inherente a dicho sistema, el hombre andino ha defendido, gracias a su densidad histórica, su cultura. En medio de la occidentalización progresiva de su entorno, amenazados por la contaminación de otros discursos, los textos que perviven hacen posible reconocer un entramado culturalmente consistente. Por otro lado, el estudioso de hoy deberá enfrentarse a diversos requerimientos: en primer lugar, dominar el quechua (conocimiento indispensable) a fin de realizar un registro detallado. En segundo término, intentar el rastreo, mediante sistemas comparativos, de las formas originarias. Luego, detectar las contaminaciones y los préstamos. Posteriormente, definir en lo posible límites equivalentes a las isoglosas con el objeto de detectar el grado de irradiación de determinados tópicos, así como los conflictos propios de su difusión. Además, aplicar una metodología que permita precisar las funciones de los relatos (si 11 Perú, Cuento Popular se parte de Propp) o formular nuevas aproximaciones (como las de la semiótica actual), a fin de decodificar su discurso. Finalmente, promover la publicación de textos en ediciones bilingües que, eventualmente, ayuden a consolidar la historia (y la imagen real) del mundo andino. 

5. 

Los relatos que integran esta selección son, básicamente, fábulas y cuentos. En las versiones de todos ellos se advierte si se efectúa una lectura atenta— diversas formas de castellano. Esto se debe a que los transcriptores han utilizado la norma culta operante en diversas épocas, que abarcan desde 1.906 hasta nuestros días. 

Por esa razón he revisado cuidadosamente los referidos textos y he impuesto algunos cambios, pero sólo en el plano de la puntuación, a fin de no afectar su frescura original. Salvo en los textos que me transmitió don Joaquín López Antay, en todos los demás, documentados en libros, existe una serie de problemas. Por un lado, en algunos casos la traducción ha permitido al recopilador introducir matices innecesarios y, a falta de los textos originales en quechua, no he podido comprobar el ajuste de las traducciones. Por esa razón, he reformulado ligeramente algunas oraciones o frases con vistas a facilitar la lectura, evitando alterar su sentido. Valgan verdades, en los textos recopilados y traducidos por José María Arguedas sorprende la transcripción de la atmósfera (o el calor) del quechua, debido probablemente a su excepcional experiencia bilingüe y a su articulación (conflictuada) de dos mundos. 

No he querido detenerme en un análisis que, dadas las limitaciones del espacio señalado por los editores, habría restado páginas a los propios relatos. A pesar de ello, la selección puede parecer breve. En todo caso, pienso que se trata de una muestra representativa. Fundamentalmente, los textos proceden de la sierra central y sur del Perú, sin que esto signifique que allí radique lo mejor o lo más “puro”. Difícilmente se puede hablar en el Perú de hoy de espacios no afectados por la occidentalización. En ese sentido, inclusive estos textos reflejan el grado de penetración de formas, códigos, maneras y conductas “occidentales”. No obstante, en su dimensión más íntima, todos los textos revelan el proceso que  ha atravesado el hombre andino, pleno y vital a pesar de su agónica resistencia. 

Finalmente, he añadido una breve bibliografía que agrupa algunos de los trabajos más útiles para los lectores de los países que integran el Pacto Andino —a quienes se dirige, básicamente, este volumen—, a fin de que puedan complementar, con obras de diverso signo y orientación, la imagen que emerja de la lectura de estos relatos quechuas. 

Mario Razzeto 

Lima, noviembre de 1.982


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