Parece que fuera ayer cuando, “cual bandada de palomas”, una vocinglera tropa de mocedades cajamarquinas salió jubilosa, a finales de 1969, de las añejas aulas del glorioso Colegio San Ramón para recorrer los caminos que el destino les tenía reservados.
Desde entonces, muchas nubes han cruzado sobre nuestro paisaje, pero los que apenas hemos llegado a la base seis de nuestra edad, todavía seguimos maravillándonos y disfrutando de las flores y los atardeceres cajamarquinos, del paso cimbreante de alguna muchacha casquivana con caderas hechiceras, y del rito secular de reunirnos (casi mensualmente) para almorzar y paladear un buen trago, mientras contamos, una y otra vez, las mismas anécdotas, con humor e ironía, y recordamos las mismas “chapas”, con una delectación casi sadomasoquista.
Y es que el corazón nunca se arruga, la belleza vive en nuestros ojos siempre abiertos, la risa aún no se ha agriado y la memoria retorna persistente, con sus recuerdos luminosos de esa etapa inicial de nuestras vidas.
Es increíble que hayan transcurrido 45 años desde que se destrenzaron nuestras existencias y cada uno siguió su propio camino y la fragancia de sus sueños.
Mis camaradas colegiales y yo aún estamos de pie, listos para entregar a las nuevas generaciones el testimonio de lo que hemos vivido, amado, sufrido y experimentado, cada quien por su lado. Es posible que con el tiempo nos hayamos vuelto un poco distintos a lo que fuimos, pero la tolerancia, el respeto, la amistad e incluso la chacota se mantienen y perduran.
Mis amigos sanramoninos siempre fueron generosos conmigo, pues nunca me exigieron ni esperaron nada a cambio. Me aceptaron como fui y también como soy ahora. Era una época dorada en la que no prevalecía el interés ni el cambalache materialista. El dinero no nos diferenciaba y lo único que nos hermanaba era la amistad y la altura de nuestros sueños. Solíamos mostrarnos tal y como éramos, con un solo rostro y una identidad todavía en construcción.
Ellos son como las estrellas: a veces no los veo, pero sé que siempre están allí. Son también como la sangre: acuden sin que los llame cuando estoy herido. Es mejor perder el tiempo con los amigos que perder amigos con el tiempo.Ypara conservarlos, no les debo ni les presto nada.
No podemos dejar de evocar el inicio, la raíz del tiempo, ni tampoco evaluar el camino recorrido sin ellos y a veces con ellos. Hace 45 años éramos tan sólo un compacto grupo de muchachitos inquietos y candorosos, y ahora somos hombres hechos y derechos, pero no maltrechos.
Hemos ingresado ya a un tiempo maravilloso, cuando se calman las pasiones, se debilitan las ambiciones, se miran mejor las cosas y resulta mucho más sabio observar que ser observado.
En esos años aurorales, creíamos tontamente que éramos inmortales, que nos habíamos salido del tiempo, y por eso le sacábamos la lengua a la muerte. Vano propósito, porque fue el mismo paso pausado del tiempo el que se encargó de demostrarnos lo contrario.
Nosotros somos finitos, San Ramón es eterno. Las generaciones pasan, las instituciones quedan.¡Qué sana envidia deben tenernos algunos por el solo hecho de que somos ex alumnos del colegio más antiguo, con más historia y mayor tradición del Perú!
En 1826, el libertador Simón Bolívar expidió un decreto que establecía la supresión de los conventos de Cajamarca (la Recoleta, la Merced y Belén). Tal decisión y documento produjeron la coyuntura necesaria para la fundación del Colegio San Ramón. Su apertura se hizo, sin embargo, con el nombre de “Colegio Central de Artes y Ciencias”, y se efectuó el 8 de septiembre de 1831. En sus inicios, tuvo un nivel universitario y se enseñaba Derecho, Filosofía, Latín y Matemáticas. Además, era dirigido por un rector y los profesores eran considerados catedráticos.
Así, pues, somos miembros de una estirpe gloriosa cuyos ancestros, liderados por don Toribio Casanova, director de nuestro colegio, dirigieron la triunfante “Revolución Descentralista” del 3 de enero de 1854, que creó el departamento de Cajamarca.
Y años más tarde, en la madrugada del 13 de julio de 1882, la llamada “Columna de Honor”, integrada por valerosos estudiantes sanramoninos, junto a otros destacamentos militares, infligieron una notable derrota al ejército invasor chileno, en la Batalla de San Pablo, en las faldas del cerro “El Montón”. En dicha acción de armas, murieronel teniente colegial Gregorio Pita, José Manuel Quiroz, Enrique Villanueva, el coronel Eudocio Ravines y Néstor Batanero Infantas, niño héroe de la Guerra del Pacífico y la batalla de San Pablo. Los restos de todos ellos descansan en la Cripta de los Héroes.
La historia de Cajamarca es, pues, la historia de San Ramón y la de San Ramón es la historia de Cajamarca.
Yo estoy muy agradecido a mi glorioso Colegio San Ramón y a mis sabios maestros, pues en aquellos sagrados claustros bebí del cáliz de la inconformidad, y allí nació mi espíritu rebelde y combativo. Desde esa época comprendí que la lucha por la justicia social, la defensa del medio ambiente y la justa distribución de la riqueza son valores dignos y altruistas que siempre debe atesorar un verdadero hombre sanramonino.
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