Ya hemos hablado en otras ocasiones de algunos aspectos del pensamiento de Albert Einstein más allá de sus logros científicos. La última vez reprodujimos una carta donde bosquejaba sus ideas acerca de la educación y la labor de los profesores.
Vaya por delante que no pretendo emplear las opiniones de Einstein como criterio de autoridad ―él mismo dejó claro que no era sociólogo ni educador, sino que sus ideas eran fruto únicamente de su experiencia como alumno y más tarde profesor―. Ahora bien, dada la situación actual de la educación en nuestro país, con la trascendental importancia que tiene para el futuro de nuestros hijos, creo que es ilustrativo conocer qué pensaba el que ha sido considerado como el científico más importante del siglo XX. La claridad de sus argumentos y su perfecto encaje en la sociedad actual, pese a que fueron planteados hace casi cien años, no dejan de admirarme.
He extraído algunos párrafos del discurso que pronunció en Albany, Nueva York, con motivo en la celebración del tricentenario del inicio de la enseñanza superior en Norteamérica, el 15 de octubre de 1936.
Como estudiante, Einstein sufrió la mayor parte del tiempo los efectos de un sistema escolar rígido y autoritario durante sus primeros años, fruto de una tradición que primaba la memorización mecánica de los conceptos. Sin embargo, tuvo ocasión de acceder a una forma diferente de educar cuando ingresó, a los 16 años, en la escuela cantonal de Aarau (Suiza) para preparar su ingreso en el Escuela Politécnica Federal de Zurich, matriculándose en la Escuela de orientación matemática y científica con la idea de estudiar física.
La enseñanza ha sido siempre el medio más importante de transmitir el tesoro de la tradición de una generación a la siguiente. Esto sucede hoy aún en mayor grado que en tiempos anteriores, pues debido al desarrollo moderno de la vida económica se ha debilitado la familia en cuanto portadora de la tradición y de la educación. La continuidad y la salud de la humanidad dependen, en consecuencia, en grado aún mayor que antes, de las instituciones de enseñanza.
Como hemos dicho, cuando Einstein tenía 16 años (1895) se marchó a vivir a Suiza dejando a su familia atrás (su padre se había marchado a Milán buscando mejor fortuna). Renunció a su lugar de origen y a la nacionalidad alemana quizás con la intención añadida de evitar el servicio militar obligatorio en el ejército del Káiser. En Aarau (en cuya escuela se había construido recientemente un nuevo laboratorio de física) vivió con la familia Winteler, convirtiéndose tanto Jost como Rosa y sus siete hijos en sus amigos el resto su vida (su propia hermana se casó con uno de los hijos Winteler). Finalmente, Einstein adoptó la nacionalidad suiza.
A veces, uno sólo ve la escuela como instrumento para transmitir el máximo de conocimientos a la generación en desarrollo. Pero esto no es correcto. El objetivo ha de ser, por el contrario, formar individuos que actúen y piensen con independencia y que consideren, sin embargo, su interés vital más importante el servir a la humanidad.
A pesar de obtener el título que le permitía ejercer como profesor de matemáticas y de física, no tuvo suerte a la hora de encontrar trabajo. La tan esperada ayuda llegó de la mano de uno de sus compañeros de clase, Marcel Grossmann, quien le ofreció un puesto en en la Oficina Federal de la Propiedad Intelectual de Suiza, en Berna (una oficina de patentes) donde trabajó de 1902 a 1909. Esta estabilidad laboral y, sobre todo, monetaria, posibilitó que contrajera matrimonio en 1903 con Mileva Maric. Un año más tarde nació su primer hijo, Hans Albert y, cuando Einstein obtuvo el puesto de profesor en la Universidad de Berna en 1910, nació su segundo hijo Eduard.
El poder del maestro debe basarse lo menos posible en las medidas coercitivas, de modo que la única fuente del respeto del alumno hacia el profesor sean las cualidades humanas e intelectuales de este.
Durante sus años en Berna, Einstein completó el doctorado y se convirtió en lo que hoy llamaríamos un catedrático. Ya en esta época era reconocido como uno de los físicos teóricos más importantes del mundo ―en 1905 redactó varios trabajos considerados fundamentales en física teórica, uno de los cuales le valió ganar el Premio Nobel de Física― y a la edad de 32 años fue el participante más joven en la primera Conferencia Solvay que se celebró en Bruselas a finales de 1911.
La motivación más importante del trabajo, en la escuela y en la vida, es el placer que proporciona el trabajo mismo, el placer que proporcionan sus resultados y la certeza del valor que tienen estos resultados para la comunidad. Para mí, la tarea más importante de la enseñanza, es despertar y fortalecer estas fuerzas psicológicas en el joven. Este cimiento psicológico genera por sí solo un deseo gozoso de lograr la posesión más valiosa que pueda alcanzar un ser humano: conocimiento y destreza artística.[…]Una escuela así exige que el maestro sea una especie de artista en su campo. ¿Qué puede hacerse para que impere este espíritu en la escuela? En primer lugar, hay que formar a los propios profesores en escuelas así. En segundo, debe darse amplia libertad al profesor para seleccionar el material de enseñanza y los métodos pedagógicos que quiera emplear. Pues también en su caso se aplica lo de que el placer de la organización del propio trabajo se ve asfixiado por la fuerza y presión exteriores.
Más adelante la situación en Alemania se volvió asfixiante. Durante los inviernos de 1930 a 1932 había realizado varios viajes a Estados Unidos, invitado por el Instituto Tecnológico de California, para impartir clases semestrales. Al año siguiente, el 12 de enero, la familia Einstein desembarcó de nuevo a California para otro periodo temporal aunque nunca más regresaron a Alemania. El 30 de enero Hitler había accedido a la Cancillería alemana, los nazis confiscaron todas sus pertenencias y los periódicos pro nazis pusieron un precio a su cabeza equivalente a 50.000 dólares. Finalmente, en octubre de 1933 Einstein se trasladó a Princeton al aceptar un puesto en el recién creado Instituto de Estudios Avanzados. Tras alquilar un apartamento en Princeton por un año, compraron la casa del número 112 de la calle Mercer, donde pasó el resto de su vida.
Pero nada he dicho aún sobre la elección de las disciplinas a enseñar, ni sobre el método de enseñanza. ¿Debe predominar el idioma o la formación técnica en la ciencia? Todo esto es de una importancia secundaria. La escuela debe siempre plantearse como objetivo el que el joven salga de ella con una personalidad armónica, y no como un especialista. Lo primero debería ser, siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados. Si un individuo domina los fundamentos de su disciplina y ha aprendido a pensar y a trabajar con independencia, hallará sin duda su vía y además será mucho más hábil para adaptarse al progreso y a los cambios, que el individuo cuya formación consista básicamente en la adquisición de unos conocimientos detallados.
Como hemos podido ver, Einstein defendía la idea de que la labor de la escuela debía ser la formación integral del individuo, lograr que las personas fueran capaces de razonar y desarrollar un pensamiento independiente puesto al servicio del bienestar de la sociedad. Además, pensaba que la religión debía jugar un papel relevante, por cuanto es la memoria portadora de los más altos valores éticos que la humanidad ha desarrollado a lo largo de los siglos de su historia.
¿Alguien puede dudar de que adoptar sus proposiciones no serían beneficiosas hoy en día? ¿No se merecen nuestros hijos un futuro mejor?
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